Con base en el siguiente texto, conteste los reactivos que se presentan a continuación.
La casa nueva
(Adaptación)
Silvia Molina (1985). Narrativa Hispanoamericana 1816-1981. Historia y antología VI, la generación de 1939 en adelante. Siglo XXI Editores, pp 203-206.
[1]
Claro que no creo en la suerte, mamá. Ya está usted como mi papá. No me diga que fue un soñador; era un enfermo –con el perdón de usted-, ¿Qué otra cosa? Para mí, la fortuna está ahí o de plano no está. Nada de que nos vamos a sacar la lotería. ¿Cuál lotería? No, mamá. La vida no es ninguna ilusión, es la vida y se acabó. Está bueno para los niños que creen en todo, en el “te voy a comprar una camita”, y de tanto esperar, pues se van olvidando. Aunque le diré, a veces, pasa el tiempo y uno se niega a olvidar ciertas promesas; como aquella tarde en que mi papá me llevó a ver aquella casa nueva.
[2]
El trayecto en el camión desde San Rafael me pareció diferente, mamá. Como si fuera otro… Me iba fijando en los árboles –se llaman fresnos, insistía él–, en los camellones repletos de flores anaranjadas y amarillas –son girasoles y margaritas–, me instruía.
[3]
Miles de veces habíamos recorrido Melchor Ocampo, pero nunca hasta Gutemberg. La amplitud y la limpieza de las calles me gustaban cada vez más. No quería recordar la San Rafael tan triste y tan vieja: “No está sucia, son los años”, repelaba usted siempre, mamá, ¿Se acuerda? Tampoco quería pensar en nuestra privada sin intimidad y sin agua.
[4]
Mi papá se detuvo antes de entrar y me preguntó:
–¿Qué te parece?, un sueño ¿verdad?
Tenía la reja blanca, recién pintada. A través de ella vi por primera vez la casa nueva…
[5]
La cuidaba un hombre uniformado. Se me hizo tan… igual que cuando usted compra una tela: olor a nuevo, a fresco, a ganas de sentirla.
[6]
Abrí bien los ojos, mamá, él me llevaba de aquí para allá de la mano. Cuando subimos me dijo:
–ésta va a ser tu recámara.
Había inflado el pecho y hasta parecía que se le cortaba la voz por la emoción. Para mi solita, pensé. Ya no tendría que dormir con mis hermanos. Apenas abrí una puerta, él se apresuró:
–Para que guardes la ropa.
Y la verdad, la puse allí, muy acomodadita en las tablas, y mis tres vestidos colgados; y mis tesoros en aquellos cajones. Me dieron ganas de saltar en la cama del gusto, pero él me detuvo y abrió la otra puerta:
–Mira, un baño.
Y yo me tendí con el pensamiento en aquella tina inmensa, suelto mi cuerpo para que el agua lo arrullara.
[7]
Luego me enseñó su recámara, su baño, su vestidor. Se enrollaba el bigote como cuando estaba ansioso. Después salió usted, recién bañada, olorosa a durazno, a manzana, a limpio. Contenta, mamá, muy contenta de haberlo abrazado sin la perturbación ni los lloridos de mis hermanos.
[8]
Pasamos por el cuarto de las niñas, rosa como sus cachetes y las camitas gemelas; y luego, mamá, por el cuarto de los niños que, “ya verás, acá van a poner los cochecitos y los soldados”. Anduvimos por la sala, porque tenía sala; y por el comedor y la cocina y el cuarto de lavar y planchar. Me subió hasta la azotea y me bajó de prisa porque “tienes que ver el cuarto para mi restirador”. Y lo encerré para que hiciera sus dibujos, sin gritos ni peleas, sin niños cállense que su papá está trabajando, que se quema las pestañas de dibujante para darnos de comer.
[9]
No quería irme de allí nunca, mamá. Aun encerrada viviría feliz. Esperaría a que llegaran ustedes, miraría las paredes lisitas, me sentaría en los pisos de mosaico, en las alfombras, en la sala acojinada; me bañaría en cada uno de los baños; subiría y bajaría cientos, miles de veces, la escalera de piedra y la de caracol; hornearía muchos panes para saborearlos despacito, en el comedor. Allí esperaría la llegada de usted, mamá, la de Anita, de Rebe, de Gonza, del bebé, y mientras, también, escribiría una composición para la escuela: “La casa nueva”.
[10]
“En esta casa, mi familia va a ser feliz. Mi mamá no se volverá a quejar de la mugre en la que vivimos. Mi papá no irá a la cantina; llegará temprano a dibujar. Yo voy a tener mi cuarto para mi solita; y mis hermanos…”.
[11]
No se qué me dio por soltarme de su mano, mamá. Corrí escaleras arriba, a mi recámara, a verla otra vez, a mirar bien los muebles y su gran ventanal; y toqué la cama para estar segura de que no era una de tantas promesas de mi papá, que allí estaba todo tan real como yo misma, cuando el hombre uniformado me ordenó:
–Bájate, vamos a cerrar.
Casi ruedo por las escaleras, el corazón se me salía por la boca:
–¿cómo que van a cerrar, papá? ¿No es esta mi recámara?
Ni con el tiempo he podido olvidar. ¡Qué iba a ser nuestra cuando se hiciera la rifa!