La noche del 18 de mayo de l822, los sargentos del regimiento de Celaya,
presidido por el sargento Pío Marcha, reunieron a las tropas
acuarteladas en el convento de San Hipólito y armadas marcharon
por las calles gritando ¡ Viva Agustín I, emperador de
México ! Se reunieron otros elementos de la guarnición
de la capital y gente del pueblo.
Toda la ciudad se iluminó mientras por las calles desfilaba
la tropa, las bandas militares y gente del pueblo.
Se escuchaban disparos jubilosos, cohetes, repiques de campanas, sin
faltar los fuegos artificiales y la música marcial.
Luego la tropa montó guardia en la residencia de Iturbide y
aclamó al héroe. Salió al balcón varias
veces su Alteza.
A las tres de la mañana todos los generales, jefes y oficiales
de la guarnición, formularon una petición y la enviaron
al Congreso.
El Ministro de la Guerra comunicó al Presidente del, Congreso
la necesidad de convocar a una sesión extraordinaria, para considerar
la proclamación hecha por los pronunciados.
Con propósitos de calmar al pueblo exaltado, esa misma noche,
redactó una proclama Iturbide. Mexicanos: me dirijo a vosotros
solo como un ciudadano que anhela el orden y ansía vuestra felicidad,
infinitamente más que la suya propia.
El ejército y el pueblo de esta capital acaban de tomar un
partido; al resto de la nación corresponde aprobarle o reprobarle,
yo en este momento no puedo más que agradecer su resolución
y rogaros, si, mis conciudadanos, rogaros, pues los mexicanos no necesitan
que yo los mande, que no se de lugar a la exaltación de las
pasiones, que se olviden resentimientos, que respetemos las autoridades,
porque un pueblo que no las tiene, o las atropella, es un monstruo;
que dejemos para un momento de tranquilidad la decisión de nuestro
sistema y de nuestra suerte. . .La nación es la Patria; la representan
hoy sus diputados; oigámosles. Dicto estas palabras con el corazón
en los labios, hacedme la justicia de creerme sincero y vuestro mejor
amigo. Agustín de Iturbide.