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21 de Junio

Después de la toma de la ciudad de Querétaro por las fuerzas republicanas al mando del general Mariano Escobedo, el 15 de mayo de 1867, y de la rendición de Maximiliano de Habsburgo, y posterior fusilamiento (el 19 de junio) junto a los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía en el Cerro de las Campanas, Querétaro, faltaba por recuperar la Ciudad de México, en poder de las tropas leales a Maximiliano.

El general Porfirio Díaz, jefe de las operaciones del ejército de la República, había tomado ya la ciudad de Puebla en la célebre batalla del 2 de abril por la cual, en ese tiempo, se le reconoció como héroe anulando a las tropas imperiales que pretendían ayudar a las de la Ciudad de México, y se preparaba para tomar la capital de la República.

El sitio a la capital inició el 12 de abril tomarla significaba la derrota total de las fuerzas imperiales, la victoria para las armas nacionales y la restauración de la República, y duró poco más de dos meses; mientras tanto, las fuerzas de la República, no dejaron de combatir en otros puntos del país.

Luego de saberse derrotadas, el día 20 de junio, las fuerzas imperiales aceptaron firmar un armisticio con las republicanas para desalojar la Ciudad de México. Por la parte republicana firmaría el general de brigada Ignacio R. Alatorre; por el ejército imperial los generales Miguel Peña, Carlos Palafox y Manuel Díaz de la Vega, designados por el general Ramón Tavera, quien estaba a cargo de la defensa de la capital.

Los comisionados para la firma del armisticio acordaron el cese de las hostilidades, y por parte del general Díaz, la protección de las vidas, propiedades y libertad de los habitantes de la ciudad. El general Tavera nombraría una comisión para que la plaza fuera puesta a disposición del general Díaz, integrada por tres personas: un empleado para el ramo de Hacienda ; un general para las fuerzas imperiales, y un jefe de artillería para el material de guerra. Igual número de personas serían asignadas por el general Díaz para la recepción de la plaza.

Al ser relevadas de las líneas que ocupaban, las fuerzas imperiales se concentrarían en la ciudadela, donde se agruparían para su entrega como prisioneros. Los generales y oficiales del ejército imperial conservarían sus espadas y se presentarían a la hora acordada en los locales que les fueran asignados y permanecerían en ellos hasta recibir instrucciones. El convenio fue firmado en Chapultepec, el 20 de junio de 1867, por Ignacio R. Alatorre, Miguel Peña, Carlos Palafox y Manuel Díaz de la Vega y ratificado por Porfirio Díaz y Ramón Tavera.

Después de la firma, el general Díaz dictó varias disposiciones para evitar cualquier desorden que pudiera originarse por la entrada a la ciudad de las tropas triunfantes; una de ellas establecía que todos los defensores de la plaza permanecieran en sus puestos hasta recibir nuevas órdenes y que diversas patrullas recorrerían las calles de la ciudad. Cumplidas esas órdenes, los contingentes republicanos entraron pacíficamente.

La ocupación de la capital del país tuvo lugar el 21 de junio de 1867 sin que se produjeran desórdenes ni derramamientos de sangre. Todos los oficiales y la tropa que la defendían quedaron en calidad de prisioneros; sin embargo, como en las primeras horas de la ocupación habían sido pocos los militares rendidos, el general Díaz dictó una circular en la que recordaba a los integrantes del ejército imperial que debían considerarse prisioneros, al igual que todos los exministros, consejeros y jefes de oficina en la administración de Maximiliano. La circular establecía un plazo para entregarse, después del cual se nombrarían comisiones para aprehender a los que no lo hicieron; el general Santiago Vidaurri, por no acatar esta disposición fue pasado por las armas inmediatamente después de su captura.

Díaz tuvo que prorrogar el plazo, lo cual, junto con el escarmiento a Vidaurri, resultó eficaz, ya que enseguida se entregaron varios jefes del ejército y de la administración.

Una vez concluida la toma de la Ciudad de México, el 21 de junio de 1867, el general Díaz dispuso enarbolar la bandera victoriosa de la República.

 
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